Esencia sin miedo

Acostumbra el teatro contemporáneo a limpiar las tablas, a economizar en elementos escénicos a la hora de representar tanto obras de escritores clásicos como salidas de la pluma de un dramaturgo reciente. Eduardo Vasco lleva al extremo este planteamiento en su nueva producción de La Estrella de Sevilla para la Compañía Nacional de Teatro Clásico, que tras su paso por Madrid recalará en los festivales de Alcalá, Cáceres y Almagro.

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Esta vez, el director de escena ha decidido prescindir de un escenario más poblado, que mostraba más que sugería, y del vestuario de época, que suele ayudar al espectador a contextualizar la obra que está presenciando. En la obra que podemos ver estos días en el Teatro Pavón, el desafío que se plantea es conseguir esa comunicación con el público tan sólo con la palabra y la expresividad de sus actores. Todo lo demás ocupa un segundo plano.

Vasco hace entrar a todo su elenco de actores desde el comienzo de la obra, a los sones del espléndido violín barroco de Isaac Pulet. Acceden por ambos lados, en fila india, al escenario y se sientan pegados a un panel de unos dos metros de alto, que rodea una amplia tarima. Están en un lugar indeterminado, construido en madera blanca, contrapunto a los trajes oscuros de los actores. Todos, incluidas las chicas, visten tonos grises, negros y marrones. La iluminación es muy blanca, buscando las sombras.

No es fácil pedirle al espectador que entre desde el comienzo a una obra que, por lo general, no conoce tan bien como otros clásicos del Siglo de Oro. Sorprende desde el comienzo el enorme trabajo coreográfico de los actores con los bancos sobre los que se han sentado. Son poliedros de madera que, colocados y alineados de diferente forma, componen el espacio de cada escena. El espectador, por tanto, se ve obligado a hacer un esfuerzo suplementario de imaginación, en que el asidero y la guía para viaje tan trabajoso es, de forma incuestionable, el trabajo de los intérpretes.

El tema es familiar: el abuso de poder, uno de los habituales desde el Renacimiento. “Es bizarría no cumplir en este tiempo”, dice uno de los personajes. Hasta aquí, nada muy distinto de lo que podemos encontrarnos hoy, varios siglos después. Desgraciadamente, la huida hacia delante del rey Sancho el Bravo no es la última de la historia ni de la literatura.

Encarnado por el eficaz y trabajado Daniel Albadalejo, el rey Don Sancho llega a Sevilla, donde recibe pleitesía a cambio de la defensa de los intereses de la ciudad. Pronto, una mujer se cruza en su camino, y con ella, los deseos del monarca. Se encapricha de la hermosa Estrella Tavera, hermana de Busto, y conspira con su consejero, Don Arias (Francisco Rojas), la fórmula magistral que pondrá en marcha para conseguirla. Pero no todo sale como se ha planeado. Así, hasta que el crimen y el atropello aparecen, y con ellos, la pegajosa sombra de culpa que perseguirá desde entonces a los personajes.

En medio del enredo, la desdicha de dos hombres y dos mujeres. Por un lado, el hermano y el pretendiente de la hermosa Estrella, involuntarios protagonistas de la mascarada regia. El veterano Arturo Querejeta y el solvente Jaime Soler dan vida a estos dos personajes. Por el otro, la bella y la sirvienta; la una, cuya desgracia anida en un don de la naturaleza, y la otra, defenestrada por la avaricia que alimentaba su condición de esclava. Muriel Sánchez protagoniza una desgarrada e intensa escena, quizá la más tensa de la obra, en la que abandona su traje gris y se enfunda un traje de novia. Junto a Eva Trancón, llevan a buen puerto la interpretación de las dos únicas mujeres de esta obra. Espléndido el debut con la Compañía del actor valenciano Paco Vila, en su papel de Clarindo, donde ha demostrado que los papeles cómicos del teatro barroco le van como anillo al dedo. Del resto del elenco, destacó también José Vicente Ramos, como Don Pedro de Guzmán.

Diez años después de haberla puesto en escena con versión de Joan Oleza y la dirección de Miguel Narros, la Compañía Nacional de Teatro Clásico aborda esta Estrella de Sevilla con un planteamiento arriesgado y valiente, que pretende ir a la esencia, a través de la palabra y el gesto, desnudos de cualquier adorno, de uno de los clásicos de nuestro teatro barroco.

La Estrella de Sevilla, atribuida a Lope de Vega. Versión y dirección de Eduardo Vasco. Int.: Daniel Albaladejo, José Vicente Ramos, Francisco Rojas, Arturo Querejeta, Muriel Sánchez, Paco Vila, entre otros. Escenografía de Carolina González. Vestuario de Lorenzo Caprile. Producción de la Compañía Nacional de Teatro Clásico. Teatro Pavón, hasta el 7 de junio.

Artículo publicado en Actualidad Económica, 2.5.09

2 comentarios en “Esencia sin miedo

  1. Ayer estuve viendo, escuchando, sintiendo La Estrella de Sevilla en Alcalá de Henares, no se si los aplusos brindados el final de la representación tuvieron suficiente fuerza para expresar a los actores lo MUCHÍSIMO que me gustó su representación.
    La escenografía, sorprendente, con cuatro bancos y tres focos (es una manera de hablar), se crean los diferentes ambientes; las obras del violín, muy bien elegidas muy bien interpretadas. Los actores: tanto sus gestos, su actitud y sobre todo esa forma de declamar Con esa dicción perfecta, esas voces llenas de matices y de diferentes expresiones. SOIS UNOS MONSTRUOS!
    Es texto de la obra… bueno no se si podría atreverme a decir algo, pero el contenido, podría ser tan actual… con ciertos matices claro.
    La verdad que una vez apreciado el buen arte, yo salí con una sensación de enfado supina por lo que me transmitía el texto, en fin el ser humano es así, y muchas veces el genio de los creadores es sosprendente al presentarlo de una manera tan perfecta a un ser tan imperfecto.
    Fue un placer señores.

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