En la Fedra de Juan Mayorga no hay diosas a las que culpar de los vaivenes de la fortuna, como ocurre con Afrodita y Ártemis en el original de Eurípides, ni sutiles competidoras por el corazón de su amado Hipólito, como Aricia en la versión de Racine. Se trata, posiblemente, de la versión más humana del mito. La más desnuda de acontecimientos externos que no sean el de una mujer que ha de afrontar en soledad el espinoso drama que le ha deparado su llegada a Atenas: el de haberse enamorado del hijo que su marido Teseo tuvo hace años con la bella amazona Hipólita.
El personaje de Fedra aparece por primera en la tragedia Hipólito, escrita por Eurípides hacia el 428 a. C. De ella sólo sabemos que Ulises se topó con ella cuando descendió a los infiernos en el canto XI de la Odisea. El gran dramaturgo griego consiguió el primer premio en la Olimpiada ochenta y siete con esta historia de fatalidades pasionales. Tras Esquilo y Sófocles, Eurípides insuflaba a sus personajes una compleja personalidad psicológica, que convertía en drama interior lo que todavía no había tenido ocasión de materializarse en la realidad. Quizá por ello se entienda por qué Aristóteles se refiriere a Eurípides en su Poética como “el más trágico de los trágicos”.
Gran parte de la materia prima de este mito se ha mantenido incólume tras las diferentes versiones escritas por Séneca, Racine o Miguel de Unamuno. En la antigüedad se decía que “Sófocles presenta a sus personajes tal como deben ser, Eurípides tal como son en realidad”. Esta fidelidad ha ido ganando con el tiempo, hasta ver encima del escenario a una Fedra visceral, sincera, despojada de todo freno, que dispara la tragedia al seguir los consejos de su sirvienta Enone. “¿Has hecho algo malo?”, le pregunta. “Todavía no”, contesta Fedra. La culpa ya está en la mente de Fedra. Enone es el contrapunto realista a estos delirios pasionales. Rezuma sentido práctico; algo dramáticamente contemporáneo.
Tras su estreno hace dos años en este mismo escenario, Fedra abreva en Madrid antes de partir para una gira que le llevará a las principales capitales españolas. La producción ha pasado ya por el Festival de Teatro Clásico de Mérida y el Grec de Barcelona. Se trata, por lo tanto, de un montaje consolidado, apuntalado hasta en sus más nimios detalles. Pero como han afirmado sus protagonistas antes del reestreno madrileño, el teatro siempre guarda un grado de incertidumbre que desafía hasta a las obras más representadas.
Fedra es de esos papeles, como Medea y Clitemnestra, también ideados por Eurípides, predestinados para las grandes actrices, que suelen abordarlos tras una larga experiencia sobre el escenario. Es el caso de Ana Belén, que logra sacar de la Fedra de Juan Mayorga todo el jugo de la gran tragedia. Se podrá discutir si es el mejor final o no el que se propone para la heroína cretense, pero es el más efectivo si se quiere extraer de este tipo de actrices toda su capacidad dramática. Fran Perea encarna a un contrariado y desesperado Hipólito, y Chema Muñoz, al todopoderoso Teseo que, esta vez, se ve abrumado por las circunstancias. Enone está interpretada por la veterana Alicia Hermida, que logra conferirle el aire urgente y apocado de esta singular sirvienta. Acompañan al reparto Daniel Esparza como Acamante y Javier Ruiz de Alegría en el papel de Terámenes.
José Carlos Plaza sitúa la acción en una instancia intemporal y puramente mítica. El escenario está dominado por el color rojo. Sus formas son abstractas. El conjunto evoca una atmósfera extraída de un mal sueño de presagios funestos. “Fedra es reprobable y admirable. Es misterio y cercanía. Atractiva y repulsiva. En ella permanecen intactos esos valores que el paso de los siglos han aplacado, atenuado, moderado”, nos dice el director en el programa. Este contexto onírico contrasta con la radicalidad de la pasión de Fedra y los mundanos consejos de Enone, que terminan por desatar la tragedia.
Fedra. Versión de Juan Mayorga. Int.: Ana Belén, Alicia Hermida, Fran Perea, Chema Muñoz, Javier Ruiz de Alegría, Víctor Elías. Dirección: José Carlos Plaza. Teatro Bellas Artes. Madrid, hasta el 18 de octubre.
Foto: David Ruano
Artículo publicado en Actualidad Económica, 2.10.09