Cuando uno contempla las propuestas escénicas de un director teatral como Calixto Bieito no puede evitar que le asalte la duda de si todo el derroche simbólico y de significados ocultos que baña buena parte de la escena contemporánea puede llegar a casar con una época que se caracteriza, más bien, por la aversión al matiz, a la lectura atenta y profunda de las obras consideradas clásicas. El espectador, acostumbrado a las lecturas de trazo grueso impuestas por el cine y las teleseries comerciales, asiste con cierto grado de perplejidad a puestas en escena donde se corre el riesgo de fijar la atención en los árboles antes que dar cuenta del bosque.
Carlos Hipólito (Felipe II) y Ángels Bassas (Princesa de Éboli)
No ocurre nada de esto en su visión del Don Carlos de Friedrich von Schiller, que ha recalado en Madrid tras su periplo por media Europa. Quizá por que el espectador ya se está acostumbrando, quizá porque estamos asistiendo a unas lecturas más contenidas y equilibradas, sin que esto signifique una renuncia a su original lenguaje escénico y dramático. En esta obra, tan ácida y contundente como el resto de sus montajes, todo fluye con la intensidad que demanda la tragedia y el ritmo teatral se convierte en la médula espinal de la función.
Calixto Bieito es un creador influyente en el panorama teatral europeo. Este año ha recibido en Basilea (Suiza) el Premio Cultural Europeo por sus aportaciones a la dramaturgia. Sus puestas en escena son vistas con especial interés en Alemania, donde ha impartido clases en la escuela de teatro de Hamburgo. Abordar en este momento esta obra alemana sobre temas españoles ha venido a unir las dos tradiciones culturales en las que ha trabajado durante toda su trayectoria.
Schiller comenzó a escribir Don Carlos cuando él contaba con 23 años, igual que el protagonista. Cinco años más tarde se estrenaría en 1787 en Hamburgo. En la Europa de entonces ya empezaban a respirarse los aires que desembocaron en la Revolución Francesa y el colapso del Antiguo Régimen. La idea de libertad impregnó aquellos años. ¿Qué quería decir este concepto? ¿Se puede ser libre realmente? ¿Cuándo podemos decir que lo somos? Todos estos interrogantes laten en el trasfondo de esta tragedia, que Schiller abordó a la manera de Shakesperare. Don Carlos no es, pues, una simple historia entre buenos y malos, sino una obra sobre la rectitud y la traición, con la libertad como telón de fondo. La leyenda negra de Felipe II es una excusa, un medio, para llegar a un fin que trasciende y vuelve irrelevante la verdad histórica: el hombre es libre para elegir cualquiera de las dos, pero la ambición y la envidia condicionan la elección. Un estrecho abismo las separa. Al final, cuando el hombre actúa y, forzado o no, opta por la traición, acaba perdiendo su libertad.
El nihilismo que flota en la obra, y que Schiller muestra aparejado con el idealismo de una conquista efectiva de la libertad, preside este montaje de Calixto Bieito. Quizá por la fuerza de esta fuerza destructiva, la apariencia escénica parece extraída de una ruidosa pesadilla. La frustración se esconde detrás de cada momento de júbilo y las notas del réquiem de Verdi presagian el final de la tragedia. España es un gigantesco invernadero, por donde pululan todos los personajes en un ambiente donde la naturaleza crece y trata de abrirse camino entre lo artificial.
Felipe II cuida con esmero un jardín, el de España, asentado en una historia de conquistas y sometimientos. Es éste un personaje que siempre se revela mucho más interesante que Posa o el protagonista Don Carlos. Verdi también lo vio así en su ópera y le obsequió con uno de los momentos más intensos, la escena que transcurre en la biblioteca de El Escorial y donde le hace cantar una de las arias más bellas para una voz de bajo. Carlos Hipólito consigue trasladarnos de forma magistral toda la complejidad de atesora este personaje en principio omnipotente, pero en realidad acorralado. “Me dejan a las puertas del infierno y luego huyen despavoridos”. Al igual que la fragilidad cómplice de la Princesa de Éboli, encarnada con intensidad desbordante por Ángels Bassas, apoyada en su voz profunda, madura y sugerente. El resto de los actores cumplieron con sus papeles, aunque el Marqués de Posa de Rafa Castejón pudiera parecer, en ocasiones, algo atropellado.
Don Carlos, de Friedrich von Schiller. Traducción de Adan Kovacsis. Dramaturgia: Marc Rosich, Calixto Bieito. Int.: Carlos Hipólito, Dafnis Balduz, Ángels Bassas, Rafa Castejón, Violeta Pérez, Mingo Ràfols, Begoña Alberdi, Jordi Ferrer. Dirección: Calixto Bieito. Teatro Valle-Inclán, Madrid, hasta el 8 de noviembre.
Foto: David Ruano
Artículo publicado en Actualidad Económica, 30.10.09
Magistral: » Carlos no es, pues, una simple historia entre buenos y malos, sino una obra sobre la rectitud y la traición, con la libertad como telón de fondo».
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