Hay algo en los Conciertos de Año Nuevo que, por mucho que repitan año tras año un repertorio casi idéntico, se hacen tan nuevos como los años que inauguran. Aunque sigamos escuchando piezas como Moulinet-Polka, Künsterleben, la entrada fallida del Danubio Azul —con el consiguiente Prosit Neujahr! de la orquesta— y las palmas finales acompañando la Marcha Radezty, siempre hay algo que termina por llamar nuestra atención.
En principio, los valses y polkas de la familia Strauss son un tipo de música que, de forma apresurada, podríamos catalogar como easy listening, música ligera de fácil consumo. Sin embargo, maestros como Zubin Mehta, el encargado de comandar la centuria vienesa este año, nos obligan a aguzar el oído y escuchar atentamente cada una de las piezas. Él mismo, cuando estudiaba en la Academia de Música de Viena, acudía cada año a los ensayos de este concierto, y «la música de los Strauss me cautivó desde entonces (…) no es música ligera, ni meramente jovial. Tampoco es una tragedia, pero uno debe interpretarla con seriedad y con una visión optimista y positiva» (Entrevista en El País, 31.12.06).
Y eso es lo que ocurrió en la Goldensaal de la Musikverein de Viena. La dirección del maestro hindú y el talento que atesoran los profesores de la Filarmónica vienesa nos regalaron un concierto muy notable, con unos ralentandi nada forzados y llenos de sentido musical. Destacaron especialmente las interpretaciones de Dynamiden, de Josef Strauss, donde los melómanos a buen seguro adviritieron varios compases que Richard Strauss tomaría prestados para los valses del barón Ochs en Der Rosenkavalier; el estreno de una pieza del más joven de los Strauss, Eduard, que lleva por título Sin freno; la sensual y bucólica Donde los limoneros florecen, de Josef Strauss; y la divertida, aunque el nombre así no lo indique, Elogio de la seriedad, de Johan Strauss, padre. En esta última, la más celebrada si cabe por el auditorio que presenciaba el concierto, profesores y maestro compusieron un cuadro en el combinaron el virtuosismo interpretativo de la orquesta con el optimismo y la jovialidad que brindaba la ocasión.
Antes, en el descanso del concierto, quienes seguían la retransmisión por televisión, pudieron contemplar un bello documental ambientado en el Parque Nacional, con excelentes interpretaciones de instrumentos de metal a cargo de Vienna Horns y The art of brass. Especialmente memorable fue su ejecución del Scherzo de la 3ª sinfonía de Anton Bruckner. Desde luego, fue de lo mejorcito de la mañana.
En las propinas, Mehta quiso conmemorar el centenario de Josef Helmesberger con otra pieza suya, además de Danzas de los elfos, interpretada al comienzo del concierto. En su felicitación, el maestro hindú dio la bienvenida a Bulgaria y Rumanía a la Unión Europea, justo antes de abordar el Danubio Azul, río que también cruza estos dos países. En la retransmisión, pudimos ver bailar este archiconocido vals a la española Lucía Lacarra, pima ballerina del ballet de la Ópera de Munich. Al final, como de costumbre, la Marcha Radeztky, esta vez con combinación estereofónica de las palmas, que hizo las delicias del público.
Y así, hasta el año que viene. Es difícil no concluir este concierto con una sonrisa en la boca y con la sensación de haber asistido a un concierto de una enorme calidad, musicalmente hablando. Quizá por ello es el más visto de todo el mundo, en una especie de ritual del optimismo de cara al nuevo año que comienza.
Artículo publicado en Comunicación Cultural