A poco del estreno de su obra de teatro Las tetas de Tiresias (1917), Guillaume Apollinaire hizo la siguiente reflexión: “Cuando el hombre quiso imitar el andar, creó la rueda, que no se parece en nada a una pierna. Así hizo surrealismo sin saberlo”. Fue la primera vez que este término salía a la luz. Más tarde, André Breton lo recuperaría en su Manifiesto de 1924 para denominar así una de las corrientes artísticas más influyentes de nuestro tiempo. En aquel grupo de Breton pasó tres años el escritor Fernando Arrabal, después de que viajara en auto-stop hasta París para ver la obra de Bertolt Brecht Madre Coraje y sus hijos, representada por el Berliner Ensemble en el teatro Sarah Bernhardt.
Quizá no extrañe que el surrealismo haya teñido hasta tal punto la vida de este escritor si sabemos que él, Fernando Arrabal, inició los cursos preparatorios para ingresar en la Academia General Militar por recomendación de su madre y que, una vez decidió no presentarse a los exámenes de ingreso, acabó en la Escuela Teórico-Práctica de la Industria y el Comercio del Papel, en Tolosa (Guipúzcoa). En aquel ambiente que apuntaba a un futuro industrial y fabril comenzó a germinar en él su pasión por el teatro.
Cuando hace unos años, Fernando Arrabal y Leonardo Balada comenzaron a pensar en el encargo que les había hecho el Teatro Real, pensaron que aquella ópera que debían alumbrar tenía que ser distinta. Primero había que decidir el tema y en sus reuniones se planteó la idea de hacer una ópera sobre la Pasionaria, “una figura muy operística”, según dice el compositor. No en vano el mismo Arrabal figuró junto a ella, a la muerte de Franco, en el grupo de los cinco españoles más peligrosos, junto a Carrillo, Líster y El Campesino. Sin embargo, al final, Arrabal alumbró un escrito en que revisitaba el mito de Fausto.
Así nació Faust-bal, la cuarta ópera de su libretista y la sexta de su compositor. Hora y media de duración, dividida en trece escenas, ha supuesto un esfuerzo de casi cinco mil horas de composición, según ha confesado el propio Balada. El resultado se puede comprobar estos días en una producción dirigida escénicamente por Joan Font, del grupo teatral Comediants.
En esta nueva ópera, Fausto es una mujer, Faust-bal, aunque si nos atenemos a la historia del doctor, cabría decir que en el texto de Arrabal, la dulce e insobornable Margarita pasa a llamarse Faust-bal y Fausto acaba convertido en un unidimensional Margarito. La ópera pretende revitalizar el mito faústico desde la confrontación de lo masculino con lo femenino. Un tema muy actual, pero que paradójicamente acaba empobreciendo la propia historia.
Leonardo Balada ha compuesto una música que lleva su sello inconfundible, donde vemos aparecer el magisterio de un músico que lleva componiendo más de cuarenta años. La unidimensionalidad de los personajes está subrayada por la música, con una Faust-bal recostada sobre un pentagrama de gran lirismo, donde podemos adivinar la melodía de El cant dels ocells. Hay una influencia de la música norteamericana en el ballet de los esqueletos de la primera parte y cuando las amazonas se ven forzadas a emigrar, en un cuadro con inconfundibles reminiscencias a Broadway. Joan Font, por su parte, dibuja una propuesta ecléctica, sobre un único cuadro que surge del suelo en forma de torre de Babel, donde se sienta un Dios indolente, lejano y hierático.
El mejor apartado de este estreno absoluto es el musical. Se nota que Jesús López Cobos conoce muy bien la obra de Balada. La traducción ofrecida al frente de la formación titular del teatro está llena de detalles y matices, sobre todo en los momentos de más intensidad. Ana Ibarra está muy bien como Faust-bal, aunque el papel no tenga el relieve que una de estas cantantes necesita para revelar todo su potencial. Siegel subraya la apariencia querida por el libreto de un Margarito tenso y febril, que recuerda a Hermann Göering.
Si tuviéramos que definir la historia de Fausto, diríamos que es la historia de un hombre enaltecido por sus ideales y envilecido por sus actos. Ese es el precio pagado a Mefistófeles. Sin embargo, en Faust-bal no hay doblez. Margarito es un militar obsesionado con poseer físicamente a Faust-bal, y ella es el trasunto de un mesías femenino, un ser puro e incontaminado cuyo fin es la redención del mundo. Todo demasiado divino para un mito tan terrenal como Fausto.
Faust-bal, de Leonardo Balada. Libreto de Fernando Arrabal. Int.: Ana Ibarra, Cecilia Díaz, Gerhard Siegel, Tómas Tómasson, Stefano Palatchi, Fernando Latorre. Dir. esc.: Joan Font (Comediants). Coro y Orquesta Titular del Teatro Real. Dir. mus.: Jesús López Cobos. Nueva producción del Teatro Real. Estreno absoluto. Madrid, hasta el 23 de febrero.
Foto: Ana Ibarra, como Faust-bal (Javier del Real).
Artículo publicado en Actualidad Económica, 20.2.09
¡Hasta dónde lo divino y hasta dónde lo humano!, ¡ Hasta dónde la ficción hasta dónde la realidad!.
Genial Fernando Arrabal, me encantan los » Raros».
Me gustaMe gusta