Un género no tan chico

La leyenda del beso, de Reveriano Soutullo y Juan Vert. María Rodríguez, Manuel Lanza, Aquiles Machado, Rafael Castejón, Pepa Rosado. Coro del Teatro de la Zarzuela. Orquesta de la Comunidad de Madrid. Jesús Castejón (dir. esc) Miguel Ortega (dir.). Nueva Producción del Teatro de la Zarzuela, Madrid, hasta el 25 de mayo (excepto lunes y martes).

Quizá estemos asistiendo a una nueva edad dorada de la Zarzuela. Al menos en las dos últimas décadas se viene produciendo una recuperación del gran repertorio de este género a través de puestas en escena de gran altura artística. Cantantes, orquesta y dirección de escena consiguen la simbiosis y el equilibrio propios de las grandes producciones operísticas. Buena parte de culpa la tiene la generación actual de cantantes, directores musicales y, sobre todo, directores de escena españoles, que triunfan por el mundo y que están haciendo de la zarzuela uno de sus puntales artísticos. Uno de esos directores es, sin duda alguna, el asturiano Emilio Sagi. Hace unos años pudimos apreciar la Luisa Fernanda que puso en escena el Teatro Real. Allí, nos encontramos con una producción desprovista de naftalina; actual, moderna, sin perder ninguna de sus señas de identidad. Otro ejemplo es la producción de La Generala, que viaja a finales de este mes al Teatro del Chatelet de París.

Foto: Jesús Alcántara

La leyenda del beso que se puede ver estos días en el Teatro de la Zarzuela de Madrid sigue esta estela. El director de escena Jesús Castejón consigue una revisión actual de este título a base de recursos teatrales muy contemporáneos. Desde la entrada al teatro, tres instrumentistas con aire zíngaro nos avisan desde el foyer que el espectáculo ha comenzado mucho antes de que el espectador ocupe su asiento. Tocan algo desenfadado y fuertemente sincopado. Luego, el canto y el drama de apoderan de cada rincón del teatro. Desde el principio, la puesta en escena de La leyenda del beso se propone romper los límites del escenario. La corbata engulle a la orquesta y permite a los cantantes actuar por delante del foso, en contacto directo con el público. La platea es una extensión del escenario, por donde vemos entrar, en diferentes momentos de la representación, a una romería de gitanos, a dos aldeanos enamorados, y a un grupo de amigos en plena juerga, que participan al público de su jolgorio, bailando al son de la música anárquica que nos recibió a la entrada del teatro y que recuerda la banda loca de la película Underground (Emir Kusturica, 1995).

La acción está situada en los años veinte, a tenor de las ropas que visten los personajes, en un gran trabajo de la escenógrafa y figurinista Ana Garay. Justo los años en que se estrenó la obra (Teatro de Apolo de Madrid, 18 de Enero de 1924) con música del gallego Reveriano Soutullo y el valenciano Juan Vert, y libro a cargo de Enrique Reoyo, José Silva Aramburu y Antonio Paso (hijo). Como toda zarzuela que se precie, la trama está trufada de momentos cómicos, que suelen coincidir con las partes habladas, y de momentos dramáticos y trágicos, que se reservan para las cantadas. La primera parte descansa, sobre todo, en Gorón, magistralmente encarnado por el actor Rafa Castejón, que consigue momentos de gran vuelo cómico, como el número con el coro de gitanas. La segunda corresponde al trío protagonista, con una María Rodríguez (Amapola) en particular estado de gracia. A su lado no desmerecen Manuel Lanza (Mario) y Aquiles Machado (Iván). Comparten papeles como segundo reparto los cantantes Amparo Navarro, Juan Jesús Rodríguez y Álex Vicens. Capítulo aparte merecen los números de baile, que alcanzan su apogeo en el reconocible y famoso intermedio del cuadro tercero, música popularizada en su día por el grupo vasco Mocedades con la canción “Amor de hombre”, que llegaría a vender medio millón de discos en la década de los ochenta. La bailarina solista Cristina Arias compone un cuadro pasional, vigoroso y desgarrado, preludio de la tragedia que sobrevuela el final de la zarzuela.

La leyenda del beso pertenece al llamado género grande, que tuvo su apogeo en las décadas de 1920 a 1940, con obras como Los gavilanes, de Jacinto Guerrero o Doña Francisquita, de Amadeo Vives. Con aquella nueva generación de compositores y dramaturgos, las zarzuelas que se estrenaron ganaban en extensión, tratamiento musical y desarrollo escénico. Sin duda, sus creadores bebían de la gran ópera del momento, tal y como hoy hacen los encargados de poner en escena aquellos títulos. ¿Una nueva edad de oro? Quizá.

Artículo publicado en Actualidad Económica, 16 de mayo de 2008.

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