El Volga. Un río que sorprende por la extrema quietud de sus aguas y la considerable distancia que hay siempre hasta la otra orilla. Lo recuerdan las memorias de los soldados soviéticos que atravesaron el curso del río para detener al ejército nazi en las calles de Stalingrado. Aquellos minutos que invertían en la operación transcurrían lentos, demasiado lentos. La ciudad sitiada permanecía demasiado tiempo en el horizonte, adquiriendo una visión fantasmagórica.
El director de escena Robert Carsen ha recuperado la quietud de esas aguas para contar la tragedia de Katia, una joven rusa devastada por una existencia anodina y un matrimonio opresivo. El agua cubre el escenario, cada rincón, cada recoveco. Nada más abrirse el telón vemos varias figuras blancas que permanecen a la deriva, flotando sobre tablones. Poco a poco irán desperezándose de su sueño para bailar una danza macabra, lenta al principio, frenética al final, que terminará cada vez en la construcción de una plataforma sobre la que ocurrirá la escena. Apenas terminan, las aguas vuelven a su calma primigenia. Como la superficie del Volga.
Las primeras notas de esta obra surgieron también entre aguas, cuando el compositor checo Leos Janácek descansaba unos días en el balneario de Luhacovice. “Fue bajo el sol de verano. En el prado ardiente, los cálices de las flores se arqueaban hacia el suelo. En ese momento empezaron a rondar por mi cabeza las primeras ideas acerca del infeliz destino de Katia y su gran amor. Y su invocación a las flores y a los pájaros para que la acompañasen y le cantasen la última canción de amor”. En realidad, fue el encuentro con Kamila Stösslova el que desató aquel deseo por componer. Desde la primera vez en que se conocieron, sintió una enorme atracción por aquella mujer frágil pero fascinante. Al compositor le vino a la mente La tormenta, de Ostrovski, que había terminado de leer hacía poco tiempo. ¡Cómo le recordaba a Katia aquella mujer! A partir de entonces le escribiría con regular constancia. En febrero de 1928, meses antes de su muerte, Jánacek envió a Kamila un ramo de violetas frescas, en recuerdo de aquella primavera en que se conocieron. Lo acompañaba una nota que decía: “Todos los colores formaron un arco y tú y yo lo atravesamos, como si fuera un puente hacia lo desconocido. Y allí, Katia Kabanova nos dio la bienvenida”.
“El teatro tiene un efecto purificador en Janácek”, ha recordado Carsen estos días. “En una ópera como ésta, como es difícil haberla visto habitualmente, siempre hay algo de descubrimiento por parte del espectador”. Desde el primer compás, se descubre un lenguaje nuevo, que subraya los aspectos dramáticos de la obra. La música de Katia Kabanova destila melancolía sobre un fondo de negros presagios. Quizá por eso se diga que tiene aires puccinianos. Pero más que limitarse a subrayar la acción, la música de Janácek cuenta con vida propia, donde los diferentes motivos se relacionan y entremezclan entre sí, como los personajes de la obra.
Buena parte del mérito de esta producción lo tiene el director musical, Jiri Belohlávek, que consigue de la orquesta una lectura intensa y evocadora. La soprano Karita Mattila destacó por la excelencia de su registro vocal, que confirió a su Katia una fuerza arrolladora. Casi tanto como la mezzo Julia Juan, que hizo gala de unas dotes teatrales sensacionales en la recreación de la maléfica suegra de Katia.
La propuesta escénica de Robert Carsen reserva los momentos más bellos para los dos encuentros entre los amantes. El primero transcurre en una atmósfera de liberación atropellada. El segundo lo preside la enorme extensión de agua que los separa. La superficie lisa del agua se quiebra tan sólo para que Katia deposite un beso sobre el agua, que viaja en forma de onda hasta la otra orilla, donde lo recoge Boris. Ya nunca más volverán a verse.
Hoy, en la casa museo de Janácek en Brno, al lado de una copia dedicada de la partitura para piano de Katia Kabanova, puede distinguirse un ramo de violetas secas.
Katia Kabanova, de Leos Janácek. Basada en ‘La tormenta’ de Ostrovski. Int.: Karita Mattila, Miroslav Dvorsky, Julia Juon, Natascha Petrinsky. Dir. esc.: Robert Carsen. Orquesta Titular del Teatro Real. Dir. mus.: Jiri Belohlávek. Producción de la Ópera de Flandes.
Foto: Javier del Real
Artículo publicado en Actualidad Económica, 9.1.2009
El agua es un elemento muy simbólico, purificador claro, también el ser humano debe tener la casi obligación de purificarse así mismo, las palabras también contribuyen en esa acción.
Algunas personas se quejan de que las rosas tienen espinas, estoy agradecido de que las espinas tienen rosas
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