“No deje de mirarme, de lo contrario puede que mis palabras se hagan pedazos”. En el relato El hombre que pudo reinar, publicado en 1888, Rudyard Kipling encuentra a un maltrecho e imaginario Peachey Carnehan frente al escritorio que ocupa en un periódico de Lahore, en la región del Punjab. Ha sobrevivido a una experiencia única pero dramática. Después de un largo viaje, consiguió ser rey de Kafiristán, como su compañero y amigo Daniel Dravot, pero a cambio de un precio muy alto. Pide atención a su interlocutor, hasta el punto de que cualquier despiste hará trizas aquel relato. Como en el teatro.
Las peripecias de Dravot y Carnehan fueron llevadas al cine por Sean Connery y Michael Caine en The man who would be king (John Huston, 1975), que obtuvo cuatro nominaciones a los Oscar. Hoy podemos leer este cuento completo en la muy recomendable recopilación publicada en fechas recientes por la editorial Acantilado (Relatos, 2008) y asistir a la versión que el dramaturgo Ignacio García May ha puesto en escena en la sala de la Princesa del Teatro María Guerrero. Las peculiares dimensiones de este recinto hacen posible la recreación de aquel serrallo que en el relato está descrito como un cuadrado “de cuatro metros de lado”, donde comienza el increíble viaje de Dravot y Carnehan. En aquel espacio reducido, surgido de la imaginación de Kipling, se pergeñó una de las aventuras más fascinantes que pueden encontrarse en un libro de cuentos.
Y así es como está concebido este El hombre que quiso ser rey. Como una miniatura escénica de gran poder evocador, de enorme capacidad para estimular la imaginación de quien asiste a ella, en gran medida gracias al buen hacer de sus grandes actores. Es casi un cuentacuentos con que nos hemos topado en este pequeño zoco improvisado en los bajos de un teatro de Madrid.
La historia que se cuenta está entrelazada por el relato de Peachey Carnehan, interpretado por un Marcial Álvarez que tiene que multiplicarse en su múltiple papel de relator, coprotagonista y… pequeña dama kafiri. José Luis Patiño es el alucinado último rey de Kafiristán, que acabó pagando con la vida aquella osadía, y que hoy puebla las noches y las alucinaciones de su amigo. Los dos construyen una aventura sugerente, divertida a veces, dramática otras, que brota con gran facilidad a pesar del gran número de transiciones que ha de sortear. Eduardo Aguirre de Cárcer y Majid Javadí son los responsables de edificar el ambiente sonoro del relato, a través de instrumentos orientales de percusión, madera y cuerda. En ocasiones, se incorporan con gran eficacia a la escena, componiendo un cuadro de actores de gran talento teatral. Sin duda, lo mejor de este montaje de Ignacio García May es quizá el gran talento de sus actores para dar vida continua y fluida a un relato que nos trasporta del presente al pasado y del pasado al presente sin más ayuda que una mesa, unos trajes, unas cuantas alfombras y la música de varios instrumentos.
“No somos hombres pequeños”, dice el fantasma de Dravot, cada vez que se encuentra con Carnehan. Para adentrarse en esa minúscula y remota región del nordeste de Afganistán se necesita ánimo grande. Como el que tuvo Alejandro Magno cuando llegó hasta allí después de conquistar toda Persia. Dicen que los habitantes de esa zona aún conservan un cierto aire europeo, porque algunos son rubios y tienen la piel pálida. Cuando los imaginarios Dravot y Carnehan se adentraron en él, Kafiristán significaba el país de los kafires, de los “hombres que no tienen fe”. Su conversión posterior al Islam la convirtió en el Nuristán actual. Hoy, un grupo de reconstrucción provincial del ejército norteamericano, bajo mandato de la OTAN, patrulla la zona. No muy lejos se cree que cambia su escondite el enemigo público número uno de Occidente, Osama Bin Laden, en los mismos lugares donde Dravot, que se coronó rey y acabó creyéndose un dios, perdió la vida al descubrirse que podía sangrar.
El hombre que quiso ser rey. Texto y dirección de Ignacio García May. Basado en un relato de Rudyard Kipling. Int.: Marcial Álvarez, José Luis Patiño. Teatro María Guerrero, sala de la Princesa, hasta el 4 de enero.
Artículo publicado en Actualidad Económica, 26.12.08