La orfandad de la ternura

Han pasado siete años. Charlotte ha perdido a su amante, Leonardo, con quien tantos conciertos compartió en su dilatada vida profesional como pianista. Ahora se encuentra de pie, frente a la casa de su hija Eva, que decidió casarse con un aburrido pastor protestante y quedarse en aquella fría atmósfera escandinava. Tiene una sensación extraña: una mezcla de repulsión y ternura al mismo tiempo. No advierte que tras esa puerta también le espera Helena, su otra hija, que contrajo una enfermedad hace tiempo que le impide valerse por sí misma. Ella la internó en una clínica antes de volver a irse para continuar con su carrera de concertista, pero hace poco su hermana decidió que viviría con ellos en su casa.

Charlotte (Marisa Paredes) y Eva (Nuria Gallardo), madre e hija enfrentadas en ‘Sonata de otoño’

Sonata de otoño cuenta esta visita, la de una madre huérfana de la ternura de sus dos hijas y la de unas hijas huérfanas de la ternura de su madre. Sin embargo, el tiempo ha dejado tras de sí un montón de escombros que ninguna puede apartar de sí para reencontrarse. Los recuerdos han cimentado un rencor y un resentimiento difíciles de sortear. “Tú siempre te ibas”, le dice Eva a su madre.

Esta historia nació en la imaginación del cineasta sueco Ingmar Bergman, que la acabaría llevando al cine en 1978. Escogió a Ingrid Bergman y Liv Ullmann para llevar a la pantalla el enfrentamiento dialéctico que protagonizan madre e hija. Bergman rueda con muchos primeros planos en interiores ampliamente decorados, con una luz que va entrando en penumbra a medida que transcurre la cinta. Sin embargo, con el tiempo, el director de cine confesaría en su libro Imágenes (Tusquets, 1992) que debería haber “prescindido del ambiente realista” y centrado en lo esencial: “cuatro caras en tres luces diferentes”.

El director José Carlos Plaza se inspiró en esta idea cuando se planteó llevar al escenario la historia de Bergman. Quizá por ello, esta puesta en escena está construida sobre claroscuros, con escenas yuxtapuestas que se funden en negro, como el discurrir de la memoria. Plaza, en sus notas al programa de la función, confiesa haber trabajado “el espacio de la mente”, un espacio sin límites que encadena miradas, palabras, recuerdos, como si fueran fogonazos.

Chema Muñoz, que interpreta al marido de Eva, abre la obra con dos largos parlamentos, como en la película. Su voz grave y aire circunspecto se mantiene durante toda la función. Es el testigo perplejo de la atmósfera delirante que crean madre e hija. Marisa Paredes irrumpe en el escenario. Recuerda vagamente a la Norma Desmond (Gloria Swanson) de Sunset Boulevard (Billy Wilder, 1950). Ella es el glamour, que en el fondo esconde una decadencia que ya empezado a asomar a su rostro y a las manos que acarician las teclas del piano.

La obra avanza con excesiva premiosidad, le cuesta coger vuelo, pero cuando lo hace se convierte en una pieza majestuosa, magistral. El espectador necesita paciencia para llegar a ese punto y los actores, máxima concentración para explicar sin palabras, con su sola presencia, la huella de siete años de abandono e incomunicación. Su trabajo es ingente, de una dificultad extrema, que no siempre tiene la misma recompensa. Esa tensión latente es decisiva hasta que salta por los aires, sale a borbotones del duelo entre Marisa Paredes y Nuria Gallardo, y termina desparramada por todo el patio de butacas.

Más que malentendidos, los conflictos sobre los que se cimenta Sonata de otoño son de pura incomunicación, que el paso del tiempo va necrosando lentamente. Su efecto termina por llevarse por delante hasta los lazos más cercanos. Quizá por ello, la decepción es aún mayor y el perdón, casi imposible. “Tus palabras y las mías, cuando las intercambiamos, no valen”. Ese muro entre madre e hija lo muestra Ingmar Bergman al hacerles interpretar por separado el Preludio op.28 nº 2 de Chopin: solemne y distante, la madre; triste y ansiosa, la hija. Toda una declaración de intenciones. Al final, cuando las palabras no significan nada, ya no hay nada que decir. Solo queda la huida.

Sonata de otoño, de Ingmar Bergman. Versión de José Carlos Plaza y Manuel Calzada. Int.: Marisa Paredes, Nuria Gallardo, Chema Muñoz, Pilar Gil. Dir.: José Carlos Plaza. Teatro Bellas Artes, hasta el 26 de octubre.

Artículo publicado en Actualidad Económica, 18 de septiembre de 2008.

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