The Rake’s Progress (La carrera del libertino) es una ópera controvertida. Para unos un pastiche, para otros una obra maestra, en sentido estricto fue “la ópera” de su compositor, un Igor Stravinski reconocido mundialmente por los nuevos lenguajes sonoros que desplegó en su música para ballet, com
o la muy conocida e innovadora La consagración de la primavera (1913). Tras una década viviendo en los Estados Unidos, Stravinski volvió a Europa, una vez concluida la Segunda Guerra Mundial, con una obra compuesta durante aquellos años, que estrenaría en el Teatro La Fenice de Venecia el 11 de noviembre de 1951. La sorpresa fue mayúscula cuando del foso provino una música tonal, que incluso remedaba algo similar a la fanfarria inicial de L’Orfeo de Monteverdi. Los vanguardistas esperaban una vuelta de tuerca más, y más viniendo de alguien que había vivido en los Estados Unidos, donde tras la guerra empezó a conformarse un grupo de artistas geniales e innovadores. ¿En qué mundo había vivido este hombre?
Lejos de haber sido impermeable a lo que se cocía, sobre todo, en Nueva York, Chicago o Los Angeles, Stravinski decidió volver a Europa con una obra en inglés, cuyo libreto trabajó con el gran poeta angloamericano W. H. Auden, que parece recordarnos lo importante que son las tradiciones para que puedan existir las vanguardias, las innovaciones en el mundo del arte. Aquellos vanguardistas americanos eran geniales, pero siempre echaron de menos una tradición que apuntalara sus logros. Que les diera carta de naturaleza. No hacía falta convencer a nadie de que un Schönberg sólo fue posible porque hubo antes un Mozart, un Beethoven, un Wagner y un Mahler. The Rake’s Progress pretendía ser un homenaje a la importancia de la tradición desde una perspectiva actual, un recordatorio a todos aquellos que sacralizaban entonces lo novedoso y meramente rupturista. Así que Stravinski cosechó el honor de haber sido criticado e incluso despreciado tanto por conservadores, a causa de La consagración de la primavera, como por vanguardistas, merced a esta ópera que se representa ahora en el Teatro Real.
“La ópera es generosa” ha dicho estos días el responsable de poner en escena esta producción, Robert Lepage. “Arquitectura, literatura y música se citan en su seno”. E historia social, cabría decir, a la luz de lo mostrado sobre el escenario. El reputado director de escena canadiense evoca los primeros años del gran Hollywood para situar la obra de Stravinski, justo el ambiente que debió rodear al compositor durante su tarea. Tom Rakewell, el protagonista, es un cowboy del medio oeste sin más posesiones que su visión de la ancha llanura americana y sus deseos de una vida mejor junto a su amada, Anne. La aparición de Nick Shadow, un diablo pseudo-mefistofélico, cambia el destino del joven. Siguiendo sus consejos, conseguirá poco a poco sus deseos. El precio: su vida a cambio de tres cartas acertadas al azar.
El angelical Toby Spence encarna a un Tom Rakewell que pone de relieve todo el patetismo de un personaje que termina fracasando en su aventura hedonista. No es un donjuán que se regocije en sus actos, ni que todo su encanto calculado tenga siempre un único benefactor. Rakewell es un extraño libertino que parece como si se hubiera colado en una ópera con las hechuras y los ropajes de Don Giovanni. Nada hay del gracejo del granuja sevillano, ni de los simpáticos enredos cortesanos de La nozze di Fígaro. Nuestro cowboy, ante la melancólica mirada de Anne, aquella con quien compartió sus primeros sueños, naufraga sin remisión en los vericuetos de la fama y el cinismo de la gran ciudad, que recuerda a ese otro vaquero interpretado por John Voight en Cowboy de medianoche (John Schlesinger, 1969).
María Bayo da el adecuado contrapunto al protagonista y Daniella Barcellona borda su papel de Baba la Turca, el único estrictamente cómico de toda la ópera, con gran calidad vocal. Mención especial merece el Nick Shadow de Johan Reuter, muy sólido en todas sus apariciones, como en la escena del cementerio donde baraja con nerviosismo las cartas que va a ofrecer al incauto libertino. En años de crisis como éstos, donde tantos Tom Rakewell se solazaron en el exceso de las épocas de bonanza, vemos cómo miran ahora la carta que deben adivinar a cambio de su vida.
The Rake’s Progress, de Igor Stravinski. Libreto de W. H. Auden y Chester Kallman. Int.: Darren Jeffery, María Bayo, Toby Spence, Johan Reuter, Julianne Young, Daniela Barcellona. Dir. esc.: Robert Lepage. Coro y Orquesta Titular del Teatro Real. Dir. mus.: Christopher Hogwood. Nueva producción del Teatro Real, La Monnaie, Ópera de Lyon, San Francisco y Covent Garden. Madrid, hasta el 28 de enero.
Foto: Javier del Real
Artículo publicado en Actualidad Económica, 23.1.09