“Teníamos cosas que decirnos”. Así, con esta frase tan sencilla, recibe René Descartes al joven Blaise Pascal en la imaginación del dramaturgo francés Jean-Claude Brisville aquella noche del 24 de septiembre de 1647, en una estancia del convento de los Mínimos de París. En realidad, nadie sabe lo que allí ocurrió. Ninguno de los dos protagonistas escribió ni comentó nada de aquel encuentro. Tan sólo tenemos sus cartas, sus obras y sus biografías. A partir de este material, Brisville escribió esta obra teatral que parece seguir los pasos de La cena (2004), donde recreaba la noche que transcurre del 6 al 7 de julio de 1815, horas antes de que el monarca Luis XVIII tome el poder en Francia. El encuentro se produce entre los notables de la Francia revolucionaria Maurice Talleyrand y Joseph Fouché, que en su versión también encarnó magistralmente Josep-María Flotats, acompañado por Carmelo Gómez.
Ambas obras descansan tanto en el interés por recrear un acontecimiento histórico como en la fuerza y la liturgia de la palabra dicha y escuchada, como deleite de los sentidos y del intelecto. Los diálogos fluyen con agilidad, merced al buen trabajo de los actores, que no necesitan de más recursos para cimentar esa comunidad con el público que surge en toda buena función de teatro.
En Encuentro de Descartes con Pascal joven asistimos al momento íntimo de dos personas que se respetan y, quizá lo más importante, se escuchan. En una época donde las vociferantes y maniqueas tertulias-debate de la radio y la televisión son el ejemplo de conversación -hasta el punto de que hoy es difícil encontrase con alguien y no verse en medio de una mera calandraca- no está mal que una obra como ésta acuda en nuestro rescate y nos siente a escuchar una charla inteligente, llena de fina ironía y magnánima argumentación. Aquí, el silencio, lejos de ser embarazoso, dota de sentido y reflexión al diálogo. Los silencios también hablan.
Y no es que la obra de Brisville esté exenta de tensión, controversia y pugna dialéctica. La hay, sin duda, pero sin cobrarse víctimas colaterales, como el respeto o las formas. Otra cosa es que este intercambio de argumentos esté demasiado desequilibrado de partida y que, a medida que avanza el drama, termine por presentarnos unos personajes algo planos y previsibles. Lo que no deja de ser una paradoja tratándose de dos de los filósofos más importantes de Occidente.
Josep-Maria Flotats ha vuelto a la maestría que nos tenía habituados cuando se sube a un escenario. Su Descartes es un prodigio de buena declamación, de sintonía con el patio de butacas, que premia su vis cómica cada vez que tiene oportunidad. La ironía y el distanciamiento que muestra el personaje es la propia de alguien que, con 51 años, poco más tiene que hacer en este mundo. Se prepara para acudir a Estocolmo, requerido por la reina María Cristina de Suecia. Allí fallecerá tres años después.
Blaise Pascal está interpretado por Álex Triola, que le da conscientemente un aire de desamparo y pesadumbre que suscitan compasión. El texto así lo muestra, pero este personaje, tensionado por un mero encuentro con otro filósofo, se encuentra lejos de ser el comportamiento de alguien que, a sus 24 años, había dado muestras de su sabiduría con la obra Nuevos experimentos en torno al vacío (1647) e inventar la pascalina, una máquina que hacía operaciones aritméticas y que será predecesora de nuestra calculadora. En realidad, el éxtasis místico del filósofo y científico francés no vendría hasta 1654, momento a partir del cual se dedicaría por entero a la religión.
Brisville nos presenta un Pascal azorado por el sentimiento de Dios, hasta el punto de alejar de sí todo conocimiento matemático adquirido hasta ese momento. Quizá el gran autor francés se deja llevar por lo que ocurrirá después al filósofo. Lo cierto es que sus mejores descubrimientos estarían por llegar con el cálculo de probabilidades, el triángulo aritmético o la hidráulica. Resulta difícil verle delirante y casi paranoico sobre el escenario y saber que escribía cosas como que “la felicidad es un artículo maravilloso: cuanto más se da, más le queda a uno”. Por eso, al final queda una cierta sensación de combate desigual, con un Descartes apesadumbrado por ver a una de las mejores mentes de su tiempo hablar de aquella manera, y a un Pascal magullado física y mentalmente tras cubrir su personal camino de Damasco.
El encuentro de Descartes con Pascal joven, de Jean-Claude Brisville. Versión y dirección de Josep-María Flotats. Int.: Josep-María Flotats, Albert Triola. Teatro Español, Madrid, hasta el 22 de febrero.
Artículo publicado en Actualidad Económica, 30.1.09