No debió satisfacerle mucho aquella primera obra. Rechazada por una actriz amiga suya, decidió encerrarla en un cajón, casi sin revisar, a pesar de su desproporcionada longitud. Antón Chéjov la escribió mientras acudía a sus clases de Medicina en la Universidad de Moscú. Era el tercero de seis hermanos y por fin había podido reunirse con toda la familia en la gran capital rusa, después que su padre se viera obligado a emigrar desde la portuaria Taganrog, en el sur, al quebrar por completo su negocio de tendero. Por entonces ya barruntaba dedicarse a la escritura, pero más por la necesidad de proporcionarse unos ingresos que por una verdadera vocación. Decidió colaborar en el sostenimiento de su familia escribiendo relatos cortos de humor sobre la vida rusa a cambio de unos cuantos rublos, que firmaba bajo seudónimo. Aquella broma de estudiante terminó por volverse una ocupación seria al paso de los años, hasta el punto de convertirse en el escritor descomunal que hoy conocemos. Mientras el milagro se producía, aquél primer intento de su época universitaria durmió en la caja fuerte de un banco hasta que alguien, en 1922, descubrió el manuscrito. En su primera página podía leerse: Pieza inacabada para un piano mecánico. Era el humor del joven Chéjov. Con el tiempo, acabó conociéndose como Platonov.
Mijail Platonov (Pere Arquillué) y Anna Petrovna (Mónica López)
Aquel primer intento teatral retrataba a una gran familia aristocrática, los Voinitzev, cuya mansión seguía siendo el centro de la vida social de un pequeño pueblo ruso. Sin embargo, algo había empezado a cambiar. Una nueva clase, la burguesía, estaba emergiendo por el empuje del comercio y la industria, y amenazaba con subvertir un orden social asentado desde hacía siglos. En ese mundo en decadencia aparece varado un sátiro, un rebelde desencantado. Mijail Platonov, maestro de la escuela del pueblo, es un seductor canalla, un conversador mordaz que no puede evitar que sus palabras aparezcan siempre manchadas por la pesadumbre de la frustración.
Gerardo Vera plantea, en esta nueva producción del Centro Dramático Nacional, un Platonov que es la antesala de la modernidad, de un nuevo tiempo donde el protagonista se aferra al cinismo como una forma de supervivencia. Los viejos referentes, los antiguos ideales, se tambalean y en su lugar aparecen otros, manchados por la avaricia y la corrupción. “Todos jalean al corrupto porque le deben hasta los zapatos”. Juan Mayorga consigue una versión afilada, que nos muestra en todo su patetismo la acerada retórica de este rebelde suicida. El montaje tiene referencias cinematográficas, como la escena del tren justo antes del descanso, de gran fuerza dramática, con un homenaje a aquella primera llegada del tren a la estación, filmada por los hermanos Auguste y Louis Lumière en 1895.
Pere Arquillué encarna a un Platonov torturado y terminal, que canturrea un poco cuando habla. Es un personaje atenazado por su vida, pero también un seductor: la viuda del general Voinitzev suspira por sus brazos y Sofía, la mujer de su mejor amigo, no puede olvidarle tras haberse conocido ambos, años atrás, en sus años de juventud. Sin embargo, esta producción opta por el lado más sórdido del personaje, que se pasa la obra escupiendo lo que bebe y hecho un asco. Hasta abraza a Sofía, cuando se reencuentran tras tanto tiempo, como si lo hiciera con uno de sus amigotes en el transcurso de una de sus borracheras.
El contrapunto lo pone la sensual, elegante y hermosa Anna Petrovna de Mónica López, que le proporciona ese halo de cetro inalcanzable, pero irrestistible, de la “generala” imaginada por Chéjov. “Usted huele a pólvora”, le dicen. La acompañan la estremecedora candidez de Sacha, la mujer de Platonov, de la siempre espléndida Carmen Machi, y el gran Osip de Roberto San Martín, ese ratero mefistofélico y avieso que parece esconder el revolucionario que pondría todo patas arriba décadas después.
Quizá nunca ha habido encima de un escenario unos fuegos más tristes y artificiales que los que presenciamos en Platonov. Son el trágico contraste del drama interior de sus personajes, en su mayor parte prisioneros de una vida inacabada y errática. “¿Por qué no vivimos como podríamos vivir?” dice este desdibujado donjuán ruso. Chéjov, a sus 21 años, descubrió tras la sátira de sus comienzos el insondable claroscuro del alma humana que veremos en sus obras posteriores.
Platonov, de Antón Chéjov. Versión de Juan Mayorga. Dirección de Gerardo Vera. Int.: Pere Arquillué, Elisabet Gelabert, Mónica López, David Luque, Carmen Machi, Antonio Medina, Paco Obregón, María Pastor, Andrés Ruiz, Roberto San Martín. Producción del Centro Dramático Nacional y el Festival Internacional de Teatro Chéjov de Moscú. Teatro María Guerrero, hasta el 24 de mayo.
Foto: Ros Ribas
Artículo publicado en Actualidad Económica, 17.4.09