“La vida no es más que una sombra que pasa, un pobre cómico que se pavonea una hora sobre la escena y después no se le oye más; un cuento narrado por un idiota con gran aparato, y que nada significa”. Cerca del final, Macbeth vomita estas palabras con la extenuación de quien ha construido una carrera en pos del poder, y en el camino —en cada traición, en cada asesinato— ha dejado demasiados jirones de su alma. “Llegar hasta aquí, ¿para qué?” parece decir el conocido personaje de Shakespeare. Conspiró para alcanzar lo máximo y una vez allí, no pudo descansar sin dejar de pensar que, otros como él, intentarían descabalgarlo con similares artes. Y allí, en su delirio, recibirá la visita de quienes dejó en el camino, como el espectro de Banquo.
Rosa Renom (Linda Loman) y Jordi Boixaderas (Willy Loman), espléndidos en ‘Muerte de un viajante’
Cuando Arthur Miller estrenó Muerte de un viajante en el Morosco Theatre de Broadway escribió, en un artículo publicado en The New York Times, que con esta obra pretendía hacer del hombre corriente el protagonista de la nueva tragedia: “Creo que el hombre corriente es un individuo tan apto para la tragedia en su sentido más elevado como lo fueron los reyes”. A ambos les une la necesidad de encontrarse a sí mismos, de comprobar que lo que son y lo que imaginan ser coinciden, de que sus sombras son, en realidad, las que proyectan. El miedo a que no sea así les conduce a obrar en consecuencia y hacer lo que está en su mano para conseguir que ambos planos coincidan. Y ahí es donde deviene la tragedia.
Ésa es la historia de Willy Loman, quizá uno de los personajes teatrales más importantes del teatro contemporáneo. Singularmente patético en su huida hacia delante, parece no ser consciente del desfase entre lo que es y lo que imagina ser, al menos no tan evidente como lo es para el público que está sentado en la platea. Ningún “héroe” trágico lo es. Y ahí es donde la catarsis aparece; ese desasosiego que se disemina por las mentes de los espectadores ante la posibilidad de que Willy Loman sea, en realidad, un remedo de ellos mismos.
Parece bastante claro que, en 1949, Miller quiso deslizar también en esta obra una crítica al llamado “sueño americano”: un sueño que no siempre se cumplía para todos. Hay en ella elementos autobiográficos, ya que el padre del dramaturgo se arruinó con la Gran Depresión de 1929 y, siendo un niño, pudo comprobar lo que ocurría cuando, de repente, se pasaba de vivir al lado de Central Park a ocupar una de las casas de una barriada de Brooklyn, justo el barrio donde vive Loman y su familia. Lo que una vez fue abundancia se tornó en escasez. Sin embargo, la expedición parece ir mucho más allá.
Sobre una carretera en perspectiva, la escenografía de esta producción dirigida por Mario Gas juega a segmentar el espacio, con singulares idas y venidas que recuerdan a las “cortinillas” que se emplean en los montajes de cine. Con un buen trabajo de iluminación, la escena nos conduce con facilidad entre la realidad y la vigilia. Como Macbeth, Willy Loman recibe la visita de un espectro, el de su hermano Ben, personificado magistralmente por Víctor Valverde. Él se ha convertido en su asíntota vital, en el modelo a seguir. Es quien le empuja en su huida y le recuerda las reglas del juego: “William, la jungla es oscura y está llena de diamantes”.
Jordi Boixaderas nos presenta un Willy Loman realmente conmovedor. Un aspirante a triunfador que se dio cuenta demasiado tarde de que nunca había triunfado. Quizá porque, en realidad, nunca se triunfa del todo, como recordaba Macbeth, o porque se triunfa, esta vez de verdad, en esferas donde no se valora el hacerlo. Una de ellas es la estremecedora Linda Loman de Rosa Renom. “¡Qué mujer! Cuando nació rompieron el molde” dice uno de sus hijos. Es el personaje más “bondadoso” de la obra de Miller y quizá por ello brilla con luz propia. Es la gran damnificada de toda esta mascarada. Otra esfera es su hijo Biff, encarnado por un inspirado Pablo Derqui, el más parecido a él y, por tanto, con el que tiene más roces. Y la última es su amigo Charley, interpretado de forma excepcional por Camilo García, que siempre está ahí, a su lado.
Muerte de un viajante, de Arthur Miller. Traducción de Eduardo Mendoza. Dirección de Mario Gas. Int.: Jordi Boixaderas, Rosa Renom, Pablo Derqui, Oriol Vila, Camilo García, Guillem Motos, Víctor Valverde. Teatro Español, hasta el 2 de agosto.
Foto: Ros Ribas
Artículo publicado en Actualidad Económica, 26.06.09