“Todo el mundo tiene una historia sobre Chet Baker”. Hasta él mismo inventó varias. Como ésa con que explicaba aquella fatídica noche en un hotel de San Francisco, cuando le rompieron para siempre todos los dientes frontales. Es el peor de los accidentes para un trompetista, ya que los necesita para tocar. Y la mejor de las venganzas, según se mire. Nunca contó la misma versión sobre aquello. “A veces, contaba una historia y estábamos encantados escuchándole, pero al día siguiente averiguábamos que ni siquiera era cierto. Y, sin embargo, todavía sigo creyendo algunas de esas historias”. Esa seducción que ejerció sobre todo aquél que le rodeaba terminó por alcanzar al fotógrafo y cineasta Bruce Weber, que decidió rodar con él un fatigoso e incierto documental durante la que sería, a la postre, la última de sus giras. Nunca supo si lo que había filmado merecía la pena hasta que lo vio en la mesa de montaje. El resultado fue uno de los mejores documentales musicales de la historia del cine. Nominado a los Oscar, Let’s Get Lost ganó el Premio de la Crítica del Festival de Venecia. Veinte años después de su estreno en Estados Unidos, esta semana ha llegado a España.
¿Qué extraña influencia ejercía Chet Baker sobre todo el que se acercaba a él? ¿Amor o fascinación? Uno de sus standards más conocidos se titulaba precisamente así. Ruth Young, su penúltima mujer, admite en el documental que hay una delgada línea que separa ambas sensaciones. Desde joven, libró una complicada representación de teatro: la de su propia vida. Es posible que lo único real de él fueran su trompeta y su voz. Lo demás siempre resultó falso y decepcionante para quienes le rodearon, en especial sus mujeres y sus hijos, con los que nunca convivió. Su última mujer, Diane, confiesa que Chet es el tipo de hombre que, si admites que puede traicionarte, quizás puedas sobrevivir a su lado.
“No nos sentamos y dijimos: vamos a hacer una película de dos horas sobre Chet Baker”, dice Nan Bush, productor ejecutivo de Let´s Get Lost. “Todo ocurrió por accidente. Bruce tenía una exposición en el Whitney Biennial y quería incluir una foto de Chet tomada en un pequeño club de Nueva York. Así que fuimos a por ello y lo conocimos. Nos fascinó, al igual que su música”. Y así, entre secuencias donde vemos al artista moverse y charlar con la gente, y contar a la cámara algunas de sus historias, el documental se cuela en su lugar de trabajo. Es allí donde nos encontramos con un músico habitado por las musas, desplegando todo su inagotable talento a través de su voz y su trompeta. Con sólo nosotros por testigos. Esa manera íntima de crear y de contemplar la belleza se traslada con gran autenticidad a través de este documental. En esto reside, nada más y nada menos, el gran mérito de Bruce Weber.
Uno de esos momentos se cuela en la película durante una de sus actuaciones. Habían llegado a Cannes y por la noche tenían una actuación en el hotel donde se hospedaban. Allí les esperaba un grupo de ruidosos seguidores, bastante jóvenes. Algunos de ellos habían podido charlar con Chet en la playa, esa misma mañana. Cuando el concierto está llegando a su fin, se acerca al micrófono y dice: “Bien, hemos llegado a esta hora de la noche donde ya no queda mucho más, así que os agradeceré que intentéis estar callados porque este tipo de canciones… ya sabéis”. Más aplausos y más gritos, hasta que se escuchan las primeras notas.
Almost blue
Almost doing things we used to do
There’s a girl here and she’s almost you
Almost all the things that you promised with your eyes
“He tocado veinticinco años con un solo diente frontal, así que…”. La trompeta de Chet Baker suena amplia, sostenida, como si la cavidad bucal, armada sobre una contundente mandíbula, ejerciera de caja de resonancia. Lo mismo ocurría con su voz, meliflua y aflautada, que se volvía susurrante e hipnótica cuando cantaba. “Su música te trae a una apacible playa, el mar y el brillo de la luna sin importar en qué lugar del mundo te encuentres”, nos dice Bruce Weber. A ese lugar onírico es a donde nos transporta a todos cuando le oímos cantar Almost blue en ese hotel de Cannes. Notamos cómo el silencio sobre el que han ido acomodando las notas de la orquesta se va haciendo más denso, hasta quedar atravesado por esa voz tan frágil y singular.
Almost blue
Almost you
Almost blue
Esa fue la última historia sobre Chet Baker. La que cuenta cómo llegó a seducir con su música a un grupo de jóvenes en un hotel cualquiera de la costa francesa. Y la cámara de Bruce Weber estuvo allí. Las drogas fueron un condimento más a su figura, aquejada de aquel malditismo que empezaba a rodear a demasiados creadores. Por ellas nunca logró la estabilidad familiar. Por ellas, probablemente, le rompieron todos los dientes frontales. Y por ellas perdió la vida cuando un día le encontraron tirado en la acera, aferrado a su trompeta, tras caerse de la ventana de un hotel en Amsterdam.
Let’s Get Lost, dirigida y producida por Bruce Weber. Documental musical. Estados Unidos, 1988. 119 min. Premio de la Crítica del Festival de Venecia de 1989. Estreno en España: 18 de septiembre de 2009
Foto: Avalon
La fascinación por lo imaginado: » “A veces, contaba una historia y estábamos encantados escuchándole, pero al día siguiente averiguábamos que ni siquiera era cierto», ¿Y ?, ¿Cuántos hechos ocurren sin ser esperados?, los menos imaginables y ocurren siendo parte de la realidad, aunque empiezan siendo anecdóticos, a veces hasta como si de defectos se tratasen, dicen que hay defectos bellos y útiles.
Bonito contar e imaginar historias, ¡que más da si son parte de la realidad o la ficción!
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Su música sobrepasa todas las historias, reales o ficticias, que se han contado sobre él. Lo único que importa es el maravilloso sonido de su trompeta y su fascinante forma de cantar. A mi me sigue emocionando. Lo demás no me importa nada.
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Reblogueó esto en Música popular..
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let it be
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