
Desde que Ulises se ató al mástil de aquel barco que le devolvía a Ítaca para no sucumbir a los encantos de aquellas maravillosas voces de sirena, los hombres han encontrado en las palabras cantadas un asidero, una vía de fuga hacia latitudes desconocidas, donde habitan el amor, los recuerdos y la muerte. Tras la Gran Guerra despuntó en las grandes urbes un género musical que heredaría la cháchara humeante de los café-cantantes de finales de siglo XIX. El cabaret añadió mucho más humo, no menos champán y bastante más erotismo a aquella fórmula hasta convertirse en el género más popular de los años de entreguerras. Las canciones que se podían oír en aquellos locales hasta casi la madrugada se seguían cantando por la mañana temprano entre estibadores, mineros, comerciantes y algún que otro policía. Aquellos lugares se convertían en nocturnos oasis donde abrevar para poder soportar el largo desierto diurno, frecuentemente jalonado por jornadas de trabajo interminables a cambio de salarios cada vez más menguantes, en medio de una situación de creciente deterioro económico. Escritores como Bertolt Brecht y compositores como Kurt Weill los frecuentaron e influyeron en sus obras. Heinrich Mann se inspiró en una cantante de cabaret, con la que tuvo algo más que una amistad, para escribir una novela que luego sería llevada al cine con el nombre de El ángel azul y donde el mundo descubriría a Marlene Dietrich.
En la España de principios del siglo XX esta modalidad musical cristalizó en el cuplé, donde las rivalidades entre cantantes competían con el atávico enfrentamiento entre joselistas y belmontistas, liberales y conservadores, republicanos y monárquicos. En Barcelona, como toda gran ciudad con puerto, germinó un lugar donde aquellas tonadillas se mezclaban con el aire prostibulario y macilento que luego hemos reconocido en los escritos de Jean Genet, Juan Goytisolo y Manuel Vázquez Montalbán.
El barrio del Raval, conocido entonces como barrio chino, siempre estuvo cubierto por una “nube interior” bajo la que creció el creador del detective Pepe Carvalho, sin duda uno de sus personajes más populares en gran medida gracias a la televisión y a Eusebio Poncela. “La gente siempre me dice que le encanta, pero nadie ha leído ningún libro de la serie”, admitía con sorna. Allí, entre novelas y artículos, Vázquez Montalbán acertó a escribir una serie de canciones para ser cantadas con el sentimiento y la atmósfera que siempre le dio a Tatuaje la Piquer.
Damià Barbany ha dispuesto un escenario compartido por banda y cantantes, donde la iluminación constituye el principal elemento escénico. La música, donde abundan cuplés, tangos y boleros, está muy bien interpretada por la banda compuesta por Sergio Bienzobas al saxo y clarinete, Paco García en la batería, Manuel Gas al piano y Fernando López en el bajo y la guitarra. Sin embargo, las tres intérpretes son las que llevan el gran peso de la función. Todo el sentido dramático de la propuesta está confiado al sentido canoro y rítmico de la escena. Canciones y textos se alternan con gran viveza en todo su desarrollo.
“La canción raramente se desliga de su intérprete” dice en un momento Manuel Vázquez Montalbán. Sin duda así ocurre en este Groucho me enseñó su camiseta. Miranda Gas, la más joven, agradó mucho con su desparpajo a la hora de interpretar canciones como Aquellos tiempos del cuplé, sin que ello le impidiera conferir un aire etéreo y nostálgico a Barcelones, con música de Marina Rossell. Teresa Villacrosa desplegó todo su talento cómico, aunque para Tatuaje hubiese sido más propio algo más serio. Mónica López voló como el ángel azul de la película de Joseph von Sternberg, rodada en aquella Weimar provisional y libérrima. No sólo es una buena actriz sino que está dotada de un bello timbre, que oscurece a voluntad para deleitarnos con un enorme y sensual Homenaje al tango.
“La literatura es sólo lenguaje, pero el lenguaje está cargado de tiempo, de tiempo significante, y a esa fatalidad de transmitir el tiempo significante no puede escapar ningún escritor”. No escapa, desde luego, en estas canciones escritas por Manuel Vázquez Montalbán, que permiten al público viajar por su historia reciente a través de una interpretación inspirada y divertida.
Groucho me enseñó su camiseta. Espectáculo musical con textos y letras de Manuel Vázquez Montalbán. Intr.: Miranda Gas, Mónica López, Teresa Vallicrosa. Dramaturgia y dirección escénica: Damià Barbany. Dirección musical: Manuel Gas. Sala pequeña del Teatro Español. Madrid, hasta el 4 de octubre.
Foto: Javier Naval
Artículo publicado en Actualidad Económica, 11.9.09
Muy bueno Felipe,
Celebro tu vuelta por aqui. Te haces esperar pero merece la pena; Yo escribo más a menudo en los largos jueves pero no te llego a los talones Un abrazo
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