
Un año después, el cielo de la víspera se ha despedido con un azul eléctrico, y el ocaso ha dejado el rastro encendido de unas nubes lejanas, esas que tan bien pintaba Turner, de memoria, afilando el recuerdo de unos pocos trazos en un pequeño cuaderno. Un cielo así no es habitual en esta ciudad, y por eso sus pobladores lo celebran concediéndose un respiro para admirar ese pequeño regalo de la naturaleza. Sigue leyendo en El Subjetivo…
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