Malpaso
Barcelona, 2017
495 págs.
Hubo una tiempo en Nueva York que si llamabas a un fontanero, en la puerta podía aparecer Philip Glass con una caja de herramientas. Lo mismo podía suceder en la calle. Levantabas la mano para detener un taxi y había muchas posibilidades de que quien condujera fuera un artista. Por entonces él no era famoso, pero ya acumulaba una producción musical nada desdeñable. Acababa de componer Music in Twelve Parts, un conjunto de doce piezas de veinte minutos que cabalgaba sobre series cíclicas, a la manera de como las aprendió de los maestros hindúes Ravi Shankar y Allan Rakha. Con tres o cuatro noches de taxi ganaba el dinero suficiente para vivir. Por eso, Dover Garage estaba lleno de artistas, esperando turno para salir. Gran parte de su obra maestra, Einstein on the beach, la ópera que hizo con Robert Wilson, la compondría después de sus turnos de nueve horas en la calle. Hasta la primavera de 1976, cuando empezaron los primeros ensayos, esa fue su forma de vida.
Philip Glass (Baltimore, 1937) escribe como compone, con esa aparente facilidad en la sucesión de pequeños grupos de notas, que poco poco va desvelando una estructura más compleja. Palabras sin música es un ejercicio de simplicidad sorprendente, alejado de cualquier atisbo de pomposidad, con ese estilo directo y descriptivo de los memorialistas anglosajones, que sólo deja entrever su entidad a medida que avanza el libro y se hace cuenta de la multitud de temas, referencias y personajes que componen las andanzas de uno de los compositores más influyentes del siglo XX.
Resulta divertido subirse con él a ese taxi y vivir aquel Nueva York de los setenta, incipiente y peligroso. Una vez recogió a Salvador Dalí en la calle 57 y lo llevó hasta el Hotel St. Regis. Apenas pudo decirle nada. Una timidez que resulta curiosa para alguien que, después de cambiar cañerías o conducir unas cuantas horas por la ciudad, solía acercarse al loft de Jasper Johns, en la calle Houston con Essex, para comer junto a John Cage y Richard Serra. Los nombres se suceden por este downtown ecléctico y anónimo, lugares y personajes que hoy son leyenda y que forjaron el mundo del arte que conocemos hoy.