Carcajadas centenarias

Princesa cortejada por varios nobles, mujer celosa que urde un engaño aleccionador vestida de hombre, príncipe que se hacer pasar por dama de corte para estar más cerca de su amor platónico, siervos graciosos que corren la misma suerte de sus amos, y padres y amigos arrepentidos que terminan por dar solución al enredo. Todos estos ingredientes fueron habituales en las comedias de tema cortesano o palaciego de nuestro Siglo de Oro. Pedro Calderón de la Barca fue también cortesano y soldado destacado en varias batallas, conocía al dedillo aquellas situaciones y, a buen seguro, utilizó en la composición de este tipo de obras, como bien puede ser el caso de Las manos blancas no ofenden, que estos días puede verse en la sede provisional de la Compañía Nacional de Teatro Clásico.

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Si bien esta obra parece estar escrita en los años centrales del siglo XVII, tanto el vestuario como la música empleada en esta producción, dirigida y versionada por el director de la compañía, Eduardo Vasco, nos sitúan casi cien años después, en el crepuscular y anciano siglo XVIII. Curiosamente, por aquel entonces, un día de mayo de 1764 llegó al Madrid de Carlos III el hijo de un relojero francés con la misión paterna de arreglar unos asuntos de familia. Aranjuez, Segovia y la Granja fueron las ciudades que visitó durante toda su estancia, al tiempo que pudo acudir a los actos sociales de la realeza y la aristocracia españolas. Tras casi un año de viaje, volvería a París. Aquella experiencia dejó una experiencia imborrable en el visitante. “Mi inagotable humor no me abandonó ni un instante”, confesaría un joven Pierre-Augustin Caron de Beaumarchais. El mismo que, años después, daría al teatro francés las famosas comedias El barbero de Sevilla y Las bodas de Fígaro. Rossini y Mozart verían en ellas las historias propicias para componer dos de sus óperas más conocidas.

En esta producción de Las manos blancas no ofenden la música está presente en las breves piezas interpretadas desde el fondo del escenario por un trío de arpa, violín y chelo, que acompaña toda la obra con partituras de José Herrando, José de Nebra, Antonio Soler y Antonio Vivaldi. Para cuando estas obras se compusieron, ya había arrancado en Italia la ópera como género. Precisamente, en aquel peculiar teatro de cámara palaciego, Calderón de la Barca terminaría por introducir, poco a poco, números musicales hasta convertir aquellas comedias en lo que dio en llamar zarzuela. Aquellas obras, como El golfo de las sirenas, del propio Calderón (1657), o La selva con amor, de Lope de Vega (1629) se escribieron con un carácter de entretenimiento real y terminaban por representarse en el entonces pabellón de caza y hoy Palacio de la Zarzuela, residencia oficial de la actual Casa Real Española.

Eduardo Vasco va a la esencia del texto y plantea una escenografía muy básica y sencilla, propia de la que podría verse por entonces en los corrales de comedias. La excelencia de esta producción descansa en el gran elenco de actores, entre los que sobresale la actuación de Joaquín Notario, como Federico, y Miguel Cubero, como el príncipe César, papel de gran dificultad que obliga a un cambio continuo de registro. No es la primera vez que este mismo equipo trabaja en una producción. Protagonizó hace un par de años una existosa Don Gil de las calzas verdes.

Ante la desnudez del escenario, el verso declamado por los actores se convierte en el protagonista principal, en el impulsor de la historia, tan solo arropado por el gran trabajo de Lorenzo Caprile en el vestuario. Quizá por ello resulta fundamental el trabajo del director para adecuar la velocidad que los actores imprimen al texto, con el riesgo cierto, en ocasiones, de que el oído contemporáneo se pierda por los vericuetos de una prosa sublime. Máxime cuando esa prosa tiene la abstracción y puntería retórica de Calderón. No obstante, las situaciones de enredo se solventan con gran comicidad. Con casi tres siglos a sus espaldas, los versos de Calderón continúan desatando las mismas carcajadas entre el publico asistente.

Las manos blancas no ofenden, de Pedro Calderón de la Barca. Versión y dirección: Eduardo Vasco. Int.: Pepa Pedroche, Toni Misó, Elena Rayos, Joaquín Notario, Pedro Almagro, Miguel Cubero, Montse Díez. Compañía Nacional de Teatro Clásico. Teatro Pavón de Madrid, hasta el 7 de diciembre.

Artículo publicado en Actualidad Económica, 24.10.08

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Un comentario en “Carcajadas centenarias

  1. Los enredos suelen ser divertidos, siempre que no se obtenga consecuencias irreparables. Genial: » Mi inagotable humor no me abandonó ni un instante”, mejor que no desaparezca el humor ni el ingenio, espero mantenerme en ello, ayer inventé distintos saludos en otro blog, y sí que hay diferentes y tantos…la creatividad vuela.

    El Gran Calderón, no dejemos de leerle y que riamos a carcajadas. Fantástico artículo.

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