Siluetas y marionetas. Ésos son los personajes de esta trilogía que, en realidad, Ramón María del Valle-Inclán agrupó, junto a Sacrilegio y El embrujado, bajo el título genérico de Retablo de la avaricia, la lujuria y la muerte. Aparecieron Ligazón, La rosa de papel y La cabeza del Bautista entre 1924 y 1926, tres obras cortas que heredaban la visión, radical y encendida, de los esperpentos de Martes de Carnaval. En los años posteriores a Luces de Bohemia, Valle continuaría aplicando el espejo cóncavo a todos los personajes y situaciones que pasaban por su cabeza. Fuera de ella, lo que sus ojos podían contemplar era una España dubitativa y cabizbaja, con una vana esperanza depositada en una dictadura, la de Primo de Rivera, que se presentaba como remedio a todos los males. No es de extrañar que por su imaginación, en vez de personajes, vagaran siluetas y marionetas, carentes de sentido trágico. “—La tragedia nuestra, no es tragedia” “—¡Pues algo será!” “—¡El Esperpento!”. Las palabras de Max Estrella alumbraron el camino hacia una renovación del teatro español.
Juegos de sombras en el auto para siluetas ‘Ligazón’
Ligazón, catalogada por Valle-Inclán como auto para siluetas, reúne a tres mujeres y un hombre en un juego de sombras en torno a un estanque luminoso. La tragedia está presente en todo momento, como si estuviera escondida, acechante, entre los finos telones de la sencilla escenografía de Jean-Guy Lecat. Sobre las tablas, tres actrices deslumbrantes: Manuela Paso, Gloria Muñoz y Elena Rayos, acompañados por el ingenuo afilador de Iñaki Rikarte. Aquí lo grotesco desaparece y deja paso a lo sórdido. Es como un mal sueño, donde Valle se vuelve más serio y así nos lo muestra la directora del montaje, Ana Zamora. “Ten cabeza y no hables sin discernimiento. ¡Hoy eres una rosa!… ¡Mañana, unas viruelas, una alferecía, un humor, un aire ético; en último resultado, los años, te dejan marchita! ¡Ten cabeza! ¡Puedes lucir como una reina! ¡No son iguales todos los días! Hoy te acude la proporción de un hombre que te llena la mano de oro. Mañana, no la tienes”, le dice una avejentada y resabiada Raposa a La Mozuela, que anda ofuscada por un afilador en vez de atender a uno de los pudientes hombres que pasan por la venta. Muestra de unos valores imperantes entonces, y que no son tan anacrónicos para nuestro tiempo, su discernimiento nos convierte en siluetas, tan desvalidas y quijotescas, que apenas pueden responder: “Mi flor no la doy al dinero”.
Mucho más satíricas son las otras dos obras del programa, donde lo grotesco es llevado casi al paroxismo. En La cabeza del bautista, Alfredo Sanzol nos manda a un pretencioso bar setentero, animado por una festiva concurrencia que improvisa un divertido cabaret, muy bien cantado, a los sones de Guajira Guantanamera y Mi limón, mi limonero. Allí regenta el local Don Igi, un indiano siniestro y desastrado magistralmente encarnado por Juan Codina. Pocas veces la salida de un actor al escenario concita el efecto deseado por quien lo ideó como la aparición de esta marioneta valleinclanesca. Cada paso suyo suscita risa, pero también compasión por nosotros mismos. “El miedo, en la acción, es el protagonista, y la muerte su destino”, nos dice el director en las notas al programa. Pero es una muerte siempre estéril, accidental, ociosa, como la que rodea al esperpento. Esa es quizá su gran seña de identidad, la carencia absoluta de sentido trágico.
Salva Bolta nos presenta en La rosa de papel un melodrama para marionetas, como la llamó el propio Valle, envuelto en papel de cuento gótico. Los personajes acceden a la habitación de una moribunda, mientras su marido apura en el bar los últimos tragos de su estado civil. Marcial Álvarez está esperpéntico, nunca mejor dicho, como Simeón Julepe, que acompaña a la hiperbólica y excesiva Encamada de Nerea Moreno. Esta obra está planteada como una vuelta de tuerca permanente, inmutable, donde el riesgo está en pasarse, como es lógico, de vueltas. Cada vez más hilarante, más irreal, más exagerado. Es el broche final a una estupenda noche de teatro, gracias a unos grandes actores, donde lo macabro se convierte en cómico, como si los personajes formaran parte de un gigantesco guiñol.
Avaricia, lujuria y muerte (Ligazón, La cabeza del bautista y La rosa de papel), de Ramón María del Valle-Inclán. Dirección de Ana Zamora, Alfredo Santol, Salva Bolta. Int.: Gloria Muñoz, Manuela Paso, Elena Rayos, Juan Codina, Lucía Quintana, Juan Antonio Lumbreras, Nerea Moreno, Marcial Álvarez, entre otros. Escenografía de Jean-Guy Lecat. Iluminación de Albert Faura. Vestuario de Ikerne Jiménez. Producción del Centro Dramático Nacional. Teatro Valle-Inclán, hasta el 21 de junio.
Foto: Alberto Nevado
Artículo publicado en Actualidad Económica, 29.5.09
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