Energía fatigada

Marina Abramović grabó una video-performance en 1980 que se titulaba The Other: Rest Energy en el que dejaba que una flecha apuntara a su corazón mientras agarraba el arco con una mano y su compañero Ulay sostenía la flecha con otra, los dos levemente inclinados hacia atrás y en un precario equilibrio. Por los micrófonos que llevaban en sus ropas, con el paso de los minutos, se empezaron a escuchar respiraciones entrecortadas y latidos acelerados que mostraban el límite físico de ese estado de tensión.

Quizá esta sea una de las obras de la artista serbia que mejor pueda relacionarse con una ópera como Pelléas et Mélisande. En ella puede encontrarse una metáfora de la fatiga de una energía cegadora como la que produce el enamoramiento, o el paso del tiempo como testigo de una tensión llamada a extinguirse con la misma muerte. Pero nada de eso se ha podido ver en su primera incursión como escenógrafa. Conocía el oficio cuando hace unos años trabajó con Bob Wilson en una ópera que contaba su vida y en la que ella sólo subía al escenario a hacer de sí misma. La sorpresa ahora ha sido que dejara a un lado todo aquello que consagró para convertir la performance en la revolución que trataría de recuperar la autenticidad y verdad en una obra de arte. Optó por una aproximación a la escena más clásica: ideó un mundo extraterrestre poblado por gigantescos cristales que funcionan como lentes sobre la acción, probablemente inspirada en ese planeta alejado de nosotros a 63 años luz de distancia, que tiene una apariencia azul y que está rodeado por nubes de silicatos que provocan lluvias de cristal.

Los bailarines de las coreografías de Sidi Larbi Cherkaoui y Damien Jalet impulsan la acción caracterizados como las parcas que tejen los hilos del destino o los soldados que custodian el castillo, aunque a veces resultan un tanto distantes, sin involucrar del todo en sus movimientos a los cantantes, como ocurre en otros coreógrafos como Pina Bausch, Sasha Waltz o Anna Teresa de Keersmaeker. Los mejores momentos fueron aquellos que discurrieron con una mayor compenetración, sin dos discursos sobre el escenario, como la escena de las trenzas, o la muerte de Pélleas y la final de Mélisande. Las voces consiguieron sobresalir en esta producción metálica y oscura, alejada de cualquier similitud con el ambiente mágico de un cuento romántico. La noruega Mari Eriksmoen posee una voz pequeña pero de exquisito timbre, que se adapta a Mélisande tan bien como el fascinante vestido que le hizo la figurinista, Iris van Herpen. Jacques Imbrailo es un Pélleas sólido, que tuvo su mejor espejo en el gran Golaud de Leigh Melrose. Destacó también el muy teatral Arkel de Matthew Best. Alejo Pérez dirigió con brío, profundidad y muchos detalles esta excepcional y exigente partitura de Debussy.

Artículo publicado en Ópera Actual

Foto: Ópera de Flandes

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