
El mundo es ya una estrecha franja entre dos alambradas. En medio, un grupo de refugiados se encuentra atrapado en un ir y venir, expulsado siempre en la dirección opuesta, hasta que en ese movimiento descubrimos la forma de una trágica espiral que parece no tener fin. Que las lindes se hayan aproximado entre sí obedece a un renovado espíritu de sospecha por el otro, algo que ya se intuía cuando el muro físico se vino abajo y nos olvidáramos del muro mental que aún anidaba en nosotros. Fue bonito mientras duró aquella noche. Sigue leyendo en El Subjetivo…
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